Los Reyes son los padres de Montse

Ayer se celebró en el orbe católico la festividad de los Reyes Magos. Un día en el que en España los niños y las niñas disfrutan de los regalos que han recibido en la noche mágica del día cinco de enero. Aun recuerdo que, en mi pueblo leonés de Grajal de Campos, un hombre  se subía al tejado del convento de las monjas carmelitas con un farol para indicarles el camino a los Reyes que venían de Extremo Oriente. Cuando decía con voz emocionada “ya vienen, ya vienen, ya vienen“, corríamos hacia nuestras casas para acostarnos rápidamente. Sabido es que los Reyes no traen regalos a quienes encontraban despiertos.

Después de contemplar la Cabalgata, en las calles o en la televisión, los niños y las niñas se van a la cama con el nerviosismo que suscita la magia de esos personajes de la realeza que lo saben todo, que lo pueden comprar todo, que están a la vez en todas las casas donde hay niños en el mundo y que tienen la capacidad de atender todas las peticiones, por muy extrañas que parezcan.

Con qué emoción se deja agua para los camellos, unos dulces y unas copas para los Reyes y hasta una carta que es correspondida por sus Majestades, con letra un poco deformada de uno de los cónyuges. Con qué ilusión se colocan los zapatos en la ventana o al lado de la chimenea o del árbol para que los Reyes sepan qué regalos son para quién (qué sabios son para conocer tipos y tallas).

Después de un sueño intranquilo, llega la luz del nuevo día. Y con qué ilusión se grita por la mañana al ver paquetes de colores:

– ¡Han venido, han venido, han venido!

En efecto, han dejado los regalos, los camellos han bebido el agua y los Reyes han comido los dulces y bebido la leche o las copas de licor que les han dejado sobre la mesa. Y nadie piensa que si comieran los dulces en cada casa morirían de una indigestión y los camellos reventarían si se bebiesen el agua que les dejan en cada casa.

Es tan profunda la creencia y tan plena la convicción que algunos niños confiesan haberles oído caminar e incluso hablar  y haber sentido el roce de la capa de su rey favorito  al pasar a su lado. Porque cada peque tiene su rey preferido, por motivos difíciles de desentrañar.

Los niños no necesitan haber leído a San Mateo ni los Evangelios Apócrifos para creer a pie juntillas esta cautivadora historia. Tampoco necesitan saber que los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar aparecieron por primera vez en el famoso mosaico del siglo VI en la basílica de San Apolinar el Nuevo en la ciudad italiana de Ravena. No les preocupa que sean Reyes, magos o astrólogos, ni que le llevaran al niño Jesús regalos tan poco prácticos.

Los adultos nos preguntamos por la enorme credulidad de los niños y de las niñas. ¿Cómo es posible que no caigan en la cuenta de que no pueden estar Melchor, Gaspar y Baltasar en todas las cabalgatas de las diferentes ciudades del país y del mundo al mismo tiempo? ¿Cómo no caen en la cuenta de que de un año para otro los Reyes sigan viviendo y repartiendo regalos. Como si el tiempo no corriera? ¿Cómo no caen en la cuenta de que estén en todas las casas y en todos los balcones del mundo en la misma noche? Y cuando hacen alguna pregunta persiguiendo la lógica, reciben una respuesta  convincente e incontestable:

– Por eso. Porque son magos.

Cuando los niños y las niñas desenvuelven con emoción sus regalos, gritan agradecidos y sorprendidos a la vez:

  • ¡Justo lo que había pedido!

Los móviles recogen las gestos de emoción de los niños y de las niñas abriendo sus paquetes y mostrando sus regalos. Algunos padres aprovechan la ocasión para corregir algún comportamiento relacionado con los estudios o con la vida de la familia y le dejan unos trocitos de carbón. En cualquier caso, todos se prestan, con palabras y hechos, al mantenimiento de la fantasía. Como todo es mágico, como todo se pone al servicio de la ficción, los niños y las niñas viven envueltos  por la magia festiva.

Nada más elocuente para explicar la credulidad infinita de los niños y de las niñas que la historia de mi querida amiga Montse Chinchilla. Hace tiempo que me envió un precioso vídeo en el que cuenta su curiosa experiencia de niña creyente en la magia de los Reyes Magos. He visto de nuevo la grabación en la que ella misma se asombra de su credulidad ilimitada.

Montse nació en Priego de Córdoba, un hermoso pueblo de la subbética cordobesa. Sus padres tenían una tienda en la que vendían, entre otras cosas, juguetes.  Rosi, su madre,  a quien yo he conocido después de abandonar su trabajo de recadera real, gobernaba aquella operación  que repartía ilusiones a las familias del pueblo.

Cuenta Montse que en el mes de diciembre llegaba a su casa un camión lleno de juguetes. Ella y sus hermanos los colocaban con cuidado en diversos lugares de la casa, convenientemente catalogados.

Las familias se acercaban a la tienda con las cartas que habían escrito los niños y las niñas solicitando los regalos que les iban a entregar a sus hijos y a sus hijas. Los hermanos confeccionaban los pedidos. El padre colocaba una etiqueta con el número correspondiente a cada familia. Cuando los clientes iban a recoger su encargo, los hermanos localizaban la etiqueta correspondiente.

Uno se pregunta cómo esa niña, con 5, 6 y 7 años escribía su carta a los Reyes, la echaba en el buzón de  Correos de la plaza del pueblo (le llaman El Paseíllo) y recibía sus regalos en la mañana del día 6, sin pensar en que esos juguetes habían llegado en el mismo camión y en las mismas cajas de las que habían salido los juguetes que ella había envuelto, etiquetado y localizado.

Cuando escuché sus palabras en la grabación me asombraba del poder de las creencias. Ella misma lo decía. ¿Cómo funciona la mente de los niños y de las niñas ante las historias que les cuentas los mayores?

No sé cómo se enteró Montse de la realidad, no sé cómo se rompió ese sueño, no sé ni quién ni cómo ni cuándo pinchó el globo de su creencia. En su caso, la frase que más veces ha roto el ensueño habría tenido un significado más contundente:

– Los Reyes son los padres… de Montse.

Alguien que conocía que iba a contar esta historia, me ha dicho hoy: Y muchos años después  descubrí que los Reyes no eran los padres. Los padres eran el regalo.

Circulan cartas por la red para explicar a los niños y las niñas de forma no traumática el paso de la fantasía a la realidad. Nosotros utilizamos una de ellas, pero fue totalmente ineficaz. La decepción fue morrocotuda y, además, nos ganamos el reproche por poner punto final a un hermoso sueño.

Aunque todos tengamos que vivir esa desilusión, creo que es hermoso mantener esta tradición. Una tradición que es como un cuento fantástico hecho realidad en la noche del cinco de enero, un  cuento en el que participa toda la sociedad: telediarios, cabalgatas, comercios…todo puesto al servicio  de esta mágica historia.

Se trata de una tradición que tiene, como todo en la vida,  sus aristas.

Hay niños que tienen un tsunami de regalos. Algunos les duran el tiempo que se tarda en desenvolverlos. Porque hay que abrir otro y otro y otro… Regalos de los padres, de los abuelos, de los tíos, de los primos… Regalos sin límite.

Hay otros que no tienen la suerte de ver satisfechos ni los mínimos deseos. He aquí otra comprobación de la brecha que está abierta (y que crece sin cesar en nuestra cultura neoliberal) entre ricos y pobres, entre afortunados y desafortunados.

Y aunque quienes critican todo lo que viene del Ministerio de Consumo y del Ministerio de Igualdad, se burlen de la propuesta para eliminar el sexismo en los juguetes, creo que tienen quienes presiden esos Ministerios: hay que luchar contra el sexismo en todas sus formas.  Es sexista reírse de un niño porque le gusta jugar con una muñeca. O llamar marimacho a una niña porque le gusta jugar al fútbol o conducir un camión.

Cómo no pensar en los niños y en las niñas de Ucrania. Allí no son los Reyes quienes reparten juguetes, ya lo sé.  Lo cierto es que los niños y las niñas ucranianos van a vivir estas fechas entre el estallido de las bombas y  el sonido de las sirenas. Sus regalos serán el frío, el miedo y la destrucción. Qué atroz Navidad, fruto del capricho de un Herodes redivivo.

Columna escrita por Miguel Ángel Santos Guerra

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